La historia de Txantxagain 
Eran días de duro invierno. Unos tiempos en los que las gentes del valle de Elorz convivían a duras penas con los largos meses de frío. En pleno siglo XIX era habitual subsistir gracias a los recursos propios de la zona, a la agricultura y a la ganadería. Uno de los grandes acontecimientos del año era la matanza del cuto, que aportaba alimentos para los meses venideros.
Aquel día, los vecinos y vecinas, impacientes, madrugaron y se reunieron en la calle para empezar con los preparativos de la matanza: los grandes calderos repletos de cebolla, los barreños para recoger la sangre del cerdo, las cucharas, el gancho, el banco, las cuerdas… Tradicionalmente era el mayor de cada familia el encargado de clavarle el cuchillo al cuto, mientras que las mondongueras se ocupaban de llevar la sangre de los barreños para hacer las morcillas. Después, se quemaba el animal con paja para quitar el pelo y posteriormente se descuartizaba.
Tras el matatxerri era costumbre reunirse para comer en la plaza. Pero todo fue diferente la mañana de aquel sábado. Mientras la mayoría se afanaba en los preparativos de la comida popular alguien se dio cuenta de que les habían robado. La noticia corrió como la pólvora por todo el pueblo. La población quedó desconsolada. ¿Quién podía haber sido? Sin tiempo para lamentaciones se organizaron en kalejira para ir en busca de otros alimentos con los que preparar una comida improvisada.
Cuando iban casa por casa descubrieron, en la cuadra de “la parada”, una bandurria. Solo podía pertenecer a una persona: el Txantxo de Andricain, más conocido como Txantxagain. Era un bebedor y ladronzuelo solitario que acostumbraba a deambular con su bandurria por los pueblos del valle de Elorz. Se le había visto varias veces merodeando las casas y cuadras, siempre con un saco hecho con trapos viejos de colores donde guardaba todo aquello que robaba.
Comenzaron a buscarlo inmediatamente. Utilizaron la música para ver si conseguían atraer así su atención. Pero no tuvieron éxito y decidieron parar en la plaza para comer. Tras el improvisado banquete comenzó una nueva búsqueda. Esta vez, por miedo a las posibles represalias, cubrieron sus rostros con trapos y gorros. Cogieron los utensilios de la matanza, todavía manchados de sangre para impresionarle aún más, y fueron de nuevo a la caza de Txantxagain. No podían faltar la música ni la copla en tono guasón:
“Trapu zaharrak erreta, Txantxagain, Txantxagain, gaitzak uxatu eta dantzatu orain”. Pincha aquí para escuchar la canción
Y, finalmente, lo encontraron. Aún llevaba su saco de trapos en el que guardaba la mercancía robada. Vecinas y vecinos le abordaron, le increparon y le pidieron cuentas. En ese momento, una mondonguera, consciente de que todos los allí presentes también tenían “trapos sucios” que ocultar, pidió clemencia por él. Txantagain, asustado, había entendido que no podía continuar con esa conducta y parecía realmente arrepentido. Entonces, todo el mundo se desprendió de sus gorros y trapos dejando sus rostros al descubierto. Decidieron quemar en una hoguera todos esos trapos, así como el saco. Tras quemar el odio y el rencor surgió una verdadera amistad que se prolongaría para siempre. La música continuó con baile y degustación de la mercancía robada para el deleite de todos y todas.
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Los personajes del carnaval
- Mondongueras y mondongueros: Mujeres y hombres encargados de preparar los productos (morcillas, chorizos, chistorras…) durante la matanza con recetas que se transmitían de generación en generación. Eran hábiles en el manejo del hacha y los cuchillos y siempre estaban manchados de sangre.
- Pastoras y pastores: Siempre pegados a sus cayados, eran parte del paisaje del valle hasta hace pocas décadas. Los había autóctonos, con casa y ganado en nuestros pueblos. También había algunos que ocasionalmente hacían parada por estos lares mientras hacían la trashumancia del Pirineo a las Bardenas. Es por ello que se podían apreciar distintos tipos de vestimenta.
- Trilladoras y trilladores: A ellas y ellos había que agradecerles la materia prima para el pan. Se caracterizaban por su tez morena debido a las largas horas pasadas bajo el sol en el campo y por las zoquetas que llevan en sus manos.
- Herreras y herreros: Puede que sea el oficio que más arraigo tuvo en el Valle de Elorz. Eran los creadores y reparadores de todos los instrumentos necesarios para la vida diaria. Vestían de azul y con capa de tela de saco. Siempre manchados de negro por el hierro, se les reconoce por su inseparable martillo.
- Bodegueras y bodegueros: Estos simpáticos personajes, conocedores del ámbito doméstico y amantes de las fiestas del valle, se caracterizaban por llevar los pantalones remangados tras pisar la uva y, por supuesto, siempre manchados de “pitarra” (así se llamaba al vino que se hacía en las casas) y con el pellejo o la bota de vino colgada del brazo.
Los vídeos de Txantxagain